Hoy se han cruzado en mi mente dos palabras, serendipia y aporía. Una la he leído, otra la he escuchado. No parece casual pensarlas llegando fin de año. Ese momento que marcamos en el calendario como punto de inflexión a pesar de que la mayoría de las cosas van a seguir igual. O quizás no. Puede que cambien, que realmente rasgar el envoltorio de los próximos 365 días signifique una metamorfosis. Una transformación.
Pensando en eso, en que acaba el año, en que sumo otro montón de meses cargado de recuerdos y emociones, también pienso en esas dos palabrejas que me han asaltado la cabeza. Aporía y Serendipia. Suenan con musicalidad al paladearlas en los labios, en la lengua. Resuenan mientras destapo el espejo y me miro, conversando con la de hace un año, la de hace cinco, la de hace diez, la que incluso todavía no habla y tiene los ojos azules. Suenan fuerte mientras conversamos y valoramos estos nuevos días que sumamos a mi vida. No es casual tratar de dilucidar un enigma irresoluble cuando nos convencemos de que es real la percepción de un cambio de ciclo. Preguntas sencillas y respuestas demoledoras.
Qué ha cambiado para mí. Qué he cambiado. Qué me ha cambiado. Por qué he cambiado. Quién me ha cambiado. Por quién he cambiado. Cuándo he cambiado. Dónde he cambiado. Para qué he cambiado. ¿He cambiado?
Las recapitulaciones anuales no deberían postergarse hasta el 31 de diciembre; deberían ser algo habitual, un momento de pausa en el que revisar qué hacemos con nuestra vida, por qué lo hacemos, por quién lo hacemos. Escoger entre las preguntas básicas (qué, quién, por qué, para qué, dónde, cuándo), tener el valor de escoger cuál es la más importante para nosotros, cuál es la que más nos duele, cuál es la que va a dejarnos dormir. Cuál nos quitará el sueño. Cuál nos dará motivos para levantarmos de la cama mañana.
Cuál nos hará llorar, cuál nos hará reír.
Qué nos hace vivir y por qué moriríamos.
Chris Garneau — Black and Blue