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¿Las oyes cómo piden realidades, ellas, desmelenadas, fieras, ellas, las sombras que los dos forjamos, en este inmenso lecho de distancias? Cansadas ya de infinitud, de tiempo sin medida, de anónimo, heridas por una gran nostalgia de materia, piden límites, días, nombres. No pueden vivir así ya más: están al borde del morir de las sombras, que es la nada. Acude, ven, conmigo. Tiende tus manos, tiéndeles tu cuerpo. Los dos les buscaremos un color, una fecha, un pecho, un sol. Que descansen en ti, sé tú su carne. Se calmará su enorme ansia errante, mientras las estrechamos ávidamente entre los cuerpos nuestros donden encuentren su pasto y su reposo. Se dormirán al fin en nuestro sueño, abrazado, abrazadas. Y así luego, al separarnos, al nutrirnos sólo de sombras, entre lejos, ellas tendrán recuerdos ya, tendrán pasado de carne y hueso, el tiempo que vivieron en nosotros. Y su afanoso sueño de sombras, otra vez, será el retorno a esta corporeidad mortal y rosa donde el amor inventa su infinito.La voz a ti debida — versos 2431 a 2462 — Pedro Salinas