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Esperaba en una sala muy cargada de alfombras caras, sillones repujados y lienzos antiquísimos. Aunque el ambiente de la sala era tan festivo que no encajaba con el abolengo de la decoración. Allí los presentes, a excepción mía, saltaban y daban bailes sobre los arabescos persas, arrojando al aire las carteras que acababan de recibir, con jolgorio y alaridos.
 
Me sentaba, modosita, en una butaca un tanto grande, mirando sin disimulo la escena. Tampoco es que me hicieran mucho caso, demasiado ocupados estaban celebrando sus Ministerios las Ministras y los Ministros. La única que permanecía quieta era Soraya, que se empecinaba en meter dentro de la cartera nueva, aún olorosa, a su bebé. No me atrevía a preguntar por qué hacía eso, pero supuse que con tanto recorte en  su comunidad debía haber prescindido de comprarse un carrito, por dar ejemplo.
 
Unas puertas de doble hoja se abrieron y por ellas salió el Rey. Los ministros y ministras le rodearon, cartera en mano, haciendo un minuet con el monarca. El pobre, hecho unos ciscos, los despidió con gestos y se sentó a poca distancia de mí. Llevaba gafas de sol para taparse el ojo morado –aunque creo que también debía hacerlo para no mostrar las ojeras acumuladas. Dejó escapar un suspiro que provocaba escalofríos.
 
—Su Majestad, quizás deberíais ir pensando en retiraros –me atreví a proponer, al verle tan alicaído.
—Ni hablar. No me esperé 40 años a reinar para dejarlo estar ahora.
—Pero es que usted ya lleva muchos trotes en la vida, Majestad. ¿Seguro que no le hace ilusión ver a su hijo tomando el relevo? Porque lo de plantearse la República, ni hablar ¿no?
—Bueno hombre, sólo faltaría eso –me dijo, riéndose a mandíbula abierta-. Encima.
—Verá, es que con todo este barullo de su yerno…
—Mis yernos pueden ser apartados, como bien sabes. Sino, fíjate en Marichalar. Lo fácil que fue –se quedó pensativo. Supuse que debía estar recordando el proceso con el que un Duque de Lugo había dejado de serlo. Siguió meditando, concentrado, hasta que volvió a hablar, con una frase sentenciosa-. Qué pantalones tan horribles llevaba. No sé qué le vio Elenita.
 
—A saber –contesté, por contestar alguna cosa-. ¿Y de verdad que no podemos plantear el tema de la República, Majestad?
—Quita, quita. ¿No has escuchado nunca que terceras partes nunca fueron buenas? Tendríais que poner un III, así en números romanos. Eso sería un caos. ¡Cambiar todos los libros de texto! ¿Y nosotros qué haríamos, eh? ¿A quién tendríais tan campechano?
—Pues no lo sé, pero seguro que algo encontrábamos, Su Majestad. Si es eso lo que le preocupa… Mire, es que todo este tema de sus presupuestos, ya sabe. Hablo de la montaña de dinero destinado a la Zarzuela. Que si partida de la Casa Real, que si asignación para los funcionarios por el Ministerio del Interior, que si le tocan también euros porque tiene sus cosas con el Ministerio de Defensa, luego el tema de los viajes por todo el mundo. Qué quiere que le diga, Majestad, con todo el respeto: ¡si nos quitáramos del presupuesto estatal a usted, su familia y la Iglesia, yo creo que nos ponemos al nivel de Suecia por lo menos!
 
—Estas rojas –dijo, volviendo a reír-, sois la monda. Yo me troncho con vosotros. ¿Sabes esa portada de El Jueves? Sí, claro que lo sabes. Pues la tengo colgada en el despacho. ¡Toma ya! –y se reía a carcajadas- Pero no señor, no puede permitirse algo así en este país. Sin nosotros, sin nuestra guía, estaríais mucho peor.
—Usted sabrá, Majestad. Por lo menos, ya que no tienen intención de recoger el tenderete, podrían aprovechar para hacernos un favorcillo.
—A ver, ¿en qué podemos ayudaros, súbdita?
—Pues verá, cómo van a tener que cambiar la Constitución sí o sí por eso de que sus nietas puedan reinar algún día… Porque sigue en pie lo de mantener la monarquía muchos años ¿eh?
—Si por mí dependiera, jamás desaparecería.
 
—Ya veo. Bueno, como le decía, Su Majestad, que si ya que tendrán que tocar la Constitución, nos podrían dejar añadir algunos párrafos a nosotros.
— ¿Nosotros, dices?
—Sí, el pueblo llano. Los pringados de turno. Lo digo porque en esta revisión de la Constitución exprés por lo del déficit, no nos dejaron decir ni pío. No sé si está al corriente –el rey asintió, rascándose la barba, murmurando que algo había oído del tema-. Pues ya puestos, es que creo que nos gustaría cambiar alguna cosa más. Porque ya tiene unos cuantos años y…
 
La puerta de doble hoja volvió a abrirse. De ella salió un hombre uniformado que daba pena de tanta chorrera que llevaba cosida; para más inri, era bajito y el casco tenía penachos de pluma, a lo centurión romano, que lo convertían en una especie de plumero andante.
— ¡Señorita Celma Melero! –gritó a voz quebrada- El Presidente la espera.
—Anda rojilla, vete –me dijo el Rey, bonachón y campechano-, que te toca. Eres muy graciosa, con esas ideas de manicomio que planteas.
 

continuará

 

Andrew Belle feat. Katie Herzig — Static Waves