Desolada, pasé junto al plumero andante –que resultó ser Rubalcaba- y crucé las puertas. Se cerraron tras nosotros y el plumero me acompañó hasta el despacho.
—Oiga, ¿y usted qué hace aquí? –le susurré, desconcertada. El plumero, muy tieso y con una mano levantada, el puño encogido en ese gesto tan suyo, me contestó con voz tan fina que apenas logré entender nada.
—Los míos… Renovación… Mariano… me ha dado un puesto… muerto de hambre…
—Ya veo, ya –contesté, por decir algo.
Llegamos hasta el despacho. El plumero se despidió con un gesto de cabeza, que de paso limpió el polvo de un jarrón que había por ahí. Tras la mesa de escritorio, me esperaba Mariano. Entré, saludando con la mano sin saber qué hacer. Me indicó que me sentara y despachó al plumero andante.
—Fantástico ¿verdad? Es un portero excelente y encima me limpia el polvo cada vez que se mueve. Shi shi shi shi –dijo, riendo-. Vayamos a asuntos serios, señorita. ¿Sabe por qué está aquí?
Hice que no con la cabeza, incómoda. El despacho, con la enorme fotografía de Aznar en un póster firmado presidiéndolo, ponía los pelos de punta. Mariano siguió hablando.
»Pues es tremendamente sencillo. Usted está aquí para ser mi nueva Ministra de Energía.
— ¿Qué?
—Mujer, no me haga repetir tanto las cosas. ¡Mire, aquí tengo la cartera! –dijo, sacando una especie de mochila escolar, roja- ¿A que es bonita?
—Oiga, señor Mariano, yo…
—Presidente, ¡llámeme Presidente! No me ha costado tantos años llegar hasta aquí para que no se use el cargo al hablarme.
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